viernes, 9 de mayo de 2014

Discurso del Dr. Jorge Cristaldo Montaner, en ocasión del acto de reconocimiento otorgado por la Comisión Directiva del Instituto Panamericano de Derecho Procesal- Capítulo Paraguay, el 6 de mayo del corriente año

Me permito aprovechar la ocasión para exponer ante el auditorio  algunas experiencias y fracasos, en el ejercicio continuado de 52 años como profesional abogado, casi exclusivamente en el ámbito de los derechos sociales, y más específicamente del derecho laboral, procesal laboral y la seguridad social, flamante Vicepresidente de la Asociación de Abogados Laboralistas.

A esta altura de la existencia, quien más quien menos, lleva sobre sí la desilusión de un gran fracaso; fracaso que a su vez, revela el pico más alto de un gran sueño aún no realizado. La medida de un gran fracaso pone de manifiesto la dimensión existencial de cada ser humano.

En cambio, los sueños pequeños que se realizan, con el correr del tiempo se van borrando, porque casi siempre los pequeños fracasos se compensan con éxitos también pequeños.  En este caso, el debe y haber de la existencia se mantiene en cero, es decir, esa existencia es improductiva, porque el esfuerzo se ha concentrado en su propia inercia.

Por eso considero preferible un gran fracaso a los éxitos pequeños. Quien fracasa no está vencido. Es vencido quien cree serlo. El fracaso mantiene viva la esperanza; en el vencido la esperanza está muerta. Quien no ha logrado todavía realizar su gran sueño, se mantiene activo a pesar de los años, se cuestiona, se rebela ante la adversidad. El gran fracaso dá vida, genera nuevas energías: espirituales, mentales, emocionales y físicas;  por lo menos, la energía suficiente para sobrevivir y continuar luchando por una utopía, por una quimera. Cuando un sueño es auténticamente importante, queda incólume a pesar de los fracasos.

Al recibirme de abogado el 27 de marzo de 1962, el 1 de abril de ese año, se puso en vigencia el Código del Trabajo y el Código
Procesal del Trabajo, con la creación de un juzgado de primera instancia y una sala del Tribunal del Trabajo, ambos órganos del Poder Judicial, con competencia exclusiva en materia laboral y previsional, y con competencia territorial en toda la república. Al ser contratado como asesor jurídico rentado por la Confederación Cristiana de Trabajadores, en mayo de 1962, mi suerte quedó echada: me convertí en abogado laboralista asesor y litigante; además, al ganar un concurso público para el cargo de profesor asistente de Derecho del Trabajo en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción, en 1964, mi vocación por esa rama del Derecho se consolidó, pues el presidente de la Comisión fue el eminente maestro Dr. Luis Patricio Frescura y Candia, autor de los anteproyectos de Código del Trabajo y Código Procesal del Trabajo. Al obtener el doctorado en Derecho y Ciencias Sociales  en 1968, con una tesis sobre el tema: “Aspectos de la libertad sindical”, asumí sin duda alguna que la Divina Providencia me había encomendado luchar por hacer realidad un gran sueño: promover las condiciones de vida y de trabajo de todos los varones y mujeres de mi país, mediante la aplicación de las normas y principios del derecho laboral, procesal laboral y la seguridad social. Es lo que la OIT propuso como paradigma en 1998, con la denominación de Trabajo Decente, aunque como cristiano prefiero el significante Trabajo Digno, porque el trabajo no dignifica al ser humano, es el ser humano quien transmite su esencial dignidad al trabajo que realiza, si se trata de una actividad moral y jurídicamente lícita.

Hacer realidad esa utopía lo intenté por dos vías: la política y la abogacía; ésta última a través de: la docencia universitaria, la elaboración de la doctrina científica y la práctica profesional.

La vía política mediante mi militancia en el Partido Demócrata Cristiano, desde su fundación en 1960. A pesar del logro de pequeños éxitos personales como miembro de la Junta Nacional, reconozco que el sufrimiento de tantos correligionarios compatriotas durante la dictadura stronista, significó hasta ahora
un gran fracaso respecto a los objetivos ideológicos y programáticos, salvo el de haber sido un testigo calificado en la caída del tirano en 1989, cuando ocupaba la presidencia de la Democracia Cristiana; y el haber colaborado exitosamente en las elecciones generales del 2008, en la primera alternancia democrática que tuvo el Paraguay. En relación con mi vocación existencial profesional, me cupo la oportunidad de redactar el Proyecto de constitución nacional presentado por el Partido Demócrata Cristiano en la Convención Nacional Constituyente reunida en 1992; gran parte de los textos programáticos allí contenidos, sobre derechos sociales, laborales y previsionales, están receptados en la constitución vigente.

La militancia partidaria me enseñó que la práctica política en nuestro país, todavía se caracteriza por ser: irracional, inmoral, sensual y estomacal; el nuestro es un pueblo mayoritariamente temeroso de la libertad, sin experiencia cívica democrática, tal vez a causa de que durante largos períodos de su historia, tuvo que soportar estoicamente los rigores y los terrores de dictaduras  como las de Rodríguez de Francia, los López, Morínigo y Stroessner.

El Paraguay, con la derrota de 1870, dejó de ser un país soberano y autosuficiente; desde entonces el modelo de estado-nación es una ilusión; el militarismo, el estatismo, el populismo y el nacionalismo son lacras que debemos superar, si deseamos el bien común de la sociedad política, y el mejoramiento del nivel de vida del 80% de la población económicamente activa. Soy un convencido de que la única vía digna y eficaz de romper las cadenas de nuestra mediterraneidad geográfica, es acelerando, profundizando, fortaleciendo, extendiendo y consolidando los procesos de integración política, económica, social y cultural de Sudamérica.

A partir de mi experiencia como profesional del Derecho, he constatado que la desocupación, la subocupación y la informalidad
laboral y previsional, son fenómenos sociales que se extienden en el planeta como una marea negra, por las causas ideológicas estructurales y coyunturales de todos conocidas; esa realidad se vuelve ahora ya incontrolable por un hecho que muchos no detectan: la China comunista se ha convertido en poco tiempo en la gran fábrica del planeta, porque el régimen chino transformó a ese país en el paraíso del capitalismo salvaje, mediante la prolija aplicación de las recetas neoliberales más ortodoxas. La relocalización de centenares de miles de empresas, atraídas por los bajos salarios, las condiciones laborales hiposuficientes, la informalidad laboral; la inexistencia de sindicatos libres, la prohibición de negociación colectiva fuera del control del partido comunista, y la criminalización de la huelga, son factores imposibles de combatir eficazmente, a pesar de tímidos esfuerzos de Naciones Unidas, la OMC, la OIT y algunas ONGs internacionales.

Como ya proponía Emmanuel Kant hace más de dos siglos, solo un gobierno mundial puede enfrentar los problemas globales, que son, entre otros, la degradación medioambiental, el terrorismo, el armamentismo; aunque para mí son urgentes y prioritarias la situación degradante de las miles de millones de personas cuyas condiciones laborales y previsionales continúan siendo indignas en todo el planeta, desde la perspectiva del pensamiento social cristiano.

Sobre la experiencia y el fracaso se escribieron muchas cosas; según Oscar Wilde la experiencia es el nombre que todos dan a sus propios errores; sin embargo, Montaigne dijo que la experiencia nos enseña a vivir cuando nuestra vida ha pasado, y que cuando nos falta la razón, hacemos uso de la experiencia. Sobre el fracaso, Charles Dickens dijo: “Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender”. Roosevelt dijo: “En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado”. Schopenhauer escribió: “En la vejez se aprende mejor a esconder los fracasos; en la juventud, a soportarlos”. Pero me quedo con Saint-Exsupery: “El fracaso fortifica a los fuertes”.

En esta oportunidad quise compartir con Uds. mi más grande
sueño, a través de algunas experiencias y fracasos. Aunque no me considero vencido, porque si de algo me siento auténticamente dueño no es de la vida que vivo, es de mi sueño.

Agradezco a Goethe, quien escribió: “Amo a los que sueñan imposibles”. Al fin de la existencia las únicas cosas agradables serán las que soñamos, y las que aún no llegamos a hacer.


Gracias
Jorge Darío Cristaldo
As-6-05-2014


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