Me permito aprovechar la ocasión para exponer ante el
auditorio algunas experiencias y
fracasos, en el ejercicio continuado de 52 años como profesional abogado, casi
exclusivamente en el ámbito de los derechos sociales, y más específicamente del
derecho laboral, procesal laboral y la seguridad social, flamante
Vicepresidente de la Asociación de Abogados Laboralistas.
A esta altura de la existencia, quien más quien menos, lleva sobre
sí la desilusión de un gran fracaso; fracaso que a su vez, revela el pico más
alto de un gran sueño aún no realizado. La medida de un gran fracaso pone de
manifiesto la dimensión existencial de cada ser humano.
En cambio, los sueños pequeños que se realizan, con el correr del
tiempo se van borrando, porque casi siempre los pequeños fracasos se compensan
con éxitos también pequeños. En este
caso, el debe y haber de la existencia se mantiene en cero, es decir, esa
existencia es improductiva, porque el esfuerzo se ha concentrado en su propia
inercia.
Por eso considero preferible un gran fracaso a los éxitos
pequeños. Quien fracasa no está vencido. Es vencido quien cree serlo. El
fracaso mantiene viva la esperanza; en el vencido la esperanza está muerta.
Quien no ha logrado todavía realizar su gran sueño, se mantiene activo a pesar
de los años, se cuestiona, se rebela ante la adversidad. El gran fracaso dá
vida, genera nuevas energías: espirituales, mentales, emocionales y
físicas; por lo menos, la energía
suficiente para sobrevivir y continuar luchando por una utopía, por una quimera.
Cuando un sueño es auténticamente importante, queda incólume a pesar de los
fracasos.
Al recibirme de abogado el 27 de marzo de 1962, el 1 de abril de
ese año, se puso en vigencia el Código del Trabajo y el Código
Procesal del Trabajo, con la creación de un juzgado de primera
instancia y una sala del Tribunal del Trabajo, ambos órganos del Poder
Judicial, con competencia exclusiva en materia laboral y previsional, y con
competencia territorial en toda la república. Al ser contratado como asesor jurídico
rentado por la Confederación Cristiana de Trabajadores, en mayo de 1962, mi
suerte quedó echada: me convertí en abogado laboralista asesor y litigante;
además, al ganar un concurso público para el cargo de profesor asistente de
Derecho del Trabajo en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Asunción, en 1964, mi vocación por esa rama del Derecho se consolidó, pues el
presidente de la Comisión fue el eminente maestro Dr. Luis Patricio Frescura y
Candia, autor de los anteproyectos de Código del Trabajo y Código Procesal del
Trabajo. Al obtener el doctorado en Derecho y Ciencias Sociales en 1968, con una tesis sobre el tema:
“Aspectos de la libertad sindical”, asumí sin duda alguna que la Divina Providencia
me había encomendado luchar por hacer realidad un gran sueño: promover las
condiciones de vida y de trabajo de todos los varones y mujeres de mi país,
mediante la aplicación de las normas y principios del derecho laboral, procesal
laboral y la seguridad social. Es lo que la OIT propuso como paradigma en 1998,
con la denominación de Trabajo Decente,
aunque como cristiano prefiero el significante Trabajo Digno, porque el trabajo no dignifica al ser humano, es el
ser humano quien transmite su esencial dignidad al trabajo que realiza, si se trata
de una actividad moral y jurídicamente lícita.
Hacer realidad esa utopía lo intenté por dos vías: la política y
la abogacía; ésta última a través de: la docencia universitaria, la elaboración
de la doctrina científica y la práctica profesional.
La vía política mediante mi militancia en el Partido Demócrata
Cristiano, desde su fundación en 1960. A pesar del logro de pequeños éxitos
personales como miembro de la Junta Nacional, reconozco que el sufrimiento de
tantos correligionarios compatriotas durante la dictadura stronista, significó
hasta ahora
un gran fracaso respecto a los objetivos ideológicos y
programáticos, salvo el de haber sido un testigo calificado en la caída del
tirano en 1989, cuando ocupaba la presidencia de la Democracia Cristiana; y el
haber colaborado exitosamente en las elecciones generales del 2008, en la
primera alternancia democrática que tuvo el Paraguay. En relación con mi
vocación existencial profesional, me cupo la oportunidad de redactar el
Proyecto de constitución nacional presentado por el Partido Demócrata Cristiano
en la Convención Nacional Constituyente reunida en 1992; gran parte de los
textos programáticos allí contenidos, sobre derechos sociales, laborales y
previsionales, están receptados en la constitución vigente.
La militancia partidaria me enseñó que la práctica política en
nuestro país, todavía se caracteriza por ser: irracional, inmoral, sensual y
estomacal; el nuestro es un pueblo mayoritariamente temeroso de la libertad,
sin experiencia cívica democrática, tal vez a causa de que durante largos
períodos de su historia, tuvo que soportar estoicamente los rigores y los
terrores de dictaduras como las de
Rodríguez de Francia, los López, Morínigo y Stroessner.
El Paraguay, con la derrota de 1870, dejó de ser un país soberano
y autosuficiente; desde entonces el modelo de estado-nación es una ilusión; el militarismo, el estatismo, el
populismo y el nacionalismo son lacras que debemos superar, si deseamos el bien
común de la sociedad política, y el mejoramiento del nivel de vida del 80% de
la población económicamente activa. Soy un convencido de que la única vía digna
y eficaz de romper las cadenas de nuestra mediterraneidad geográfica, es
acelerando, profundizando, fortaleciendo, extendiendo y consolidando los procesos
de integración política, económica, social y cultural de Sudamérica.
A partir de mi experiencia como profesional del Derecho, he
constatado que la desocupación, la subocupación y la informalidad
laboral y previsional, son fenómenos sociales que se extienden en
el planeta como una marea negra, por las causas ideológicas estructurales y
coyunturales de todos conocidas; esa realidad se vuelve ahora ya incontrolable
por un hecho que muchos no detectan: la China comunista se ha convertido en
poco tiempo en la gran fábrica del planeta, porque el régimen chino transformó
a ese país en el paraíso del capitalismo salvaje, mediante la prolija
aplicación de las recetas neoliberales más ortodoxas. La relocalización de
centenares de miles de empresas, atraídas por los bajos salarios, las
condiciones laborales hiposuficientes, la informalidad laboral; la inexistencia
de sindicatos libres, la prohibición de negociación colectiva fuera del control
del partido comunista, y la criminalización de la huelga, son factores imposibles
de combatir eficazmente, a pesar de tímidos esfuerzos de Naciones Unidas, la
OMC, la OIT y algunas ONGs internacionales.
Como ya proponía Emmanuel Kant hace más de dos siglos, solo un
gobierno mundial puede enfrentar los problemas globales, que son, entre otros,
la degradación medioambiental, el terrorismo, el armamentismo; aunque para mí
son urgentes y prioritarias la situación degradante de las miles de millones de
personas cuyas condiciones laborales y previsionales continúan siendo indignas en
todo el planeta, desde la perspectiva del pensamiento social cristiano.
Sobre la experiencia y el fracaso se escribieron muchas cosas;
según Oscar Wilde la experiencia es el nombre que todos dan a sus propios
errores; sin embargo, Montaigne dijo que la experiencia nos enseña a vivir
cuando nuestra vida ha pasado, y que cuando nos falta la razón, hacemos uso de
la experiencia. Sobre el fracaso, Charles Dickens dijo: “Cada fracaso le enseña
al hombre algo que necesitaba aprender”. Roosevelt dijo: “En la vida hay algo
peor que el fracaso: el no haber intentado”. Schopenhauer escribió: “En la
vejez se aprende mejor a esconder los fracasos; en la juventud, a soportarlos”.
Pero me quedo con Saint-Exsupery: “El fracaso fortifica a los fuertes”.
En esta oportunidad quise compartir con Uds. mi más grande
sueño, a través de algunas experiencias y fracasos. Aunque no me
considero vencido, porque si de algo me siento auténticamente dueño no es de la
vida que vivo, es de mi sueño.
Agradezco a Goethe, quien escribió: “Amo a los que sueñan
imposibles”. Al fin de la existencia las únicas cosas agradables serán las que
soñamos, y las que aún no llegamos a hacer.
Gracias
Jorge Darío Cristaldo
As-6-05-2014